Los orígenes de Barcelona se remontan al siglo I a C., cuando los romanos establecieron una pequeña colonia en torno al monte Tàber llamada Barcino. Los restos de dos murallas romanas son el testimonio de esta época.
Desde el siglo IV hasta el XIII, Barcelona vivió una expansión que consolidó el núcleo urbano que habían fundado los romanos. Precisamente, a finales del siglo XIII, se construyó una segunda muralla, en torno a la actual Santa Maria del Mar, icono de la Barcelona medieval, alrededor de la cual apareció la ciudad artesanal, en el barrio de la Ribera.
El crecimiento imparable de la ciudad se reforzó con el comercio con América y la incipiente industrialización, que rompieron el Antiguo Régimen. No obstante, la auténtica revolución no llegó hasta que siglos más tarde se derribaron las murallas para urbanizar la ciudad de acuerdo al Plan Cerdà de L'Eixample.
Era la época en que el primer ferrocarril unió Barcelona y Mataró, símbolo de la prosperidad industrial que en poco tiempo se vio reflejada en la arquitectura. Familias de industriales mandaron construir iconos modernistas de la ciudad como el parque Güell, la Casa Milà o la Casa Batlló.
A principios del siglo XX, Barcelona ya era una ciudad moderna, crisol de tantos movimientos sociales como culturales. Sin embargo, con el estallido de la Guerra Civil Española, en 1936, y la dictadura franquista, la ciudad vivió algunos de sus episodios más grises. A pesar de ello, el desarrollo económico continuó, especialmente a partir de la década de los cincuenta.
Con la democracia y la proclamación de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992, la ciudad se convirtió en un referente internacional. En aquel momento empezó una transformación urbana que ha continuado con acontecimientos como el Fórum de las Culturas 2004, o la construcción de la Torre Agbar.
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